lunes, 11 de mayo de 2009


Dio una vuelta a la habitación con la mirada y se sentó en la cama con los brazos hacia atrás formando un triángulo con su espalda y la cama. Me miró. Empecé a desvestirme sola. Nunca me había desvestido sola, siempre esperaba a que la otra persona lo hiciera. Ahora me desvestía sola mientras hablaba de una amiga y del colegio. Como si en vez de estar desvistiéndome para tener sexo con un hombre lo estuviera haciendo en un probador de una casa de ropa con una amiga de toda la vida. 
Él seguía mirándome. Mientras, yo me despojaba de los zapatos negros y las medias de lycra azules. Me senté en la cama, pocos centímetros lejos de él y seguí hablando: “no pero a solo una de mis amigas sabía que hoy yo venía acá”. Él entendió que mi charla acerca de mi amiga era producto de una negación sobrehumana que mi inconsciente estaba conjurando sobre mí. Me miró sonriendo y se tiró encima de mí casi sin que me diese cuenta. No me interesaba darme cuenta, necesitaba que estuviera adentro mío lo más rápido posible, quería olvidarme del colegio y de todo lo que había pasado durante mi vida, quería olvidarme de que estaba en un su casa y que en unas horas nos tendríamos que ir, y que capaz no iba a verlo en muchísimo tiempo. No quería pensar que lo único que nos unía era el sexo, pero… necesitaba ese sexo, aunque no fuese lo único que necesitaba.
Estábamos ya casi los dos desnudos y él estaba encima de mí cuando simultáneamente sentí placer y una opresión en el pecho, una angustia mortal, esclavizante, que aunque traté de disuadir me violó hasta lo más profundo. Se dio cuenta. Paró, me miró. Me preguntó si estaba bien. Yo tenía los ojos rojos y la mirada perdida, no podía parar de pensar en la persona que verdaderamente amaba.